Monday, 23 April 2018 06:00

El horizonte estético

Si queremos darle continuidad a la gran empresa pedagógica iniciada por Gramsci, es necesario sobre todo adoptar una aproximación conexionadota, es decir plantear la pregunta sobre la belleza al interior del horizonte estético. La existencia de un horizonte estético depende de la copresencia de múltiples factores de distinta naturaleza que interactúan entre ellos. No bastan las reflexiones en torno a lo bello y al arte para crear un horizonte estético. La palabra ”estética” es introducida en el siglo XVIII por la filosofía para señalar una de sus articulaciones disciplinarias y ponerla al lado de la lógica; esta circunstancia histórica sin embargo no debe hacernos olvidar que la filosofía es desde su nacimiento en la antigua Grecia un elemento esencial del horizonte estético. Al lado de estos tres elementos hay un cuarto que pertenece a la acción y a la socialidad: este puede ser definido como el estilo de vida ejemplar.
Para que exista un horizonte estético es entonces necesario que estén presentes en su interior cuatro elementos: lo bello, el arte, la filosofía y el estilo de vida ejemplar. Cada uno de estos es en sí mismo bastante problemático y puede ser declinado de muchos modos. Como variaciones de lo bello pueden considerarse, lo sublime, lo gracioso, lo sutil, lo interesante, lo refinado y otras nociones semejantes. El arte como concepto unitario bajo el cual son pensables cosas tan diversas entre ellas como la poesía y la arquitectura, el teatro y la escultura, la música y la pintura, la literatura y la danza (para no hablar de la fotografía y del cine) se formó lentamente sólo a partir del Renacimiento. La filosofía en el curso de su plurimilenaria vicisitud ha adoptado todos los géneros literarios, del poema al tratado, del diálogo a la carta, del relato al fragmento, del ensayo al discurso poligráfico, sin olvidar el caso límite de la transmisión exclusivamente oral (como Sócrates y Pirro en la antigüedad o Lacan en el siglo veinte). Finalmente los estilos de vida ejemplares han sido extremadamente variados: del héroe al santo, del mártir al dandi, del filósofo a la femme fatale, del poeta a la sexual persona, combinándose a su vez de muchísimas formas.
La amplitud del horizonte estético no implica sin embargo que éste pueda contener todo: se trata precisamente de un horizonte. Como dice la etimología de la palabra (del griego orízo, limitar, marcar los confines), este se determina sobre la base de aquello que excluye. De cualquier forma, no me parece que se pueda hablar de un horizonte estético si falta la idea de uno de los elementos antes señalados. Un mundo en el cual se sea completamente ignorante del par de opuestos bello-feo y arte-no arte es ajeno al horizonte estético. Con esto no quiero decir que t11amos que pronunciarnos a favor de lo bello o a favor del arte, sino que es necesario que estemos concientes de lo que estas nociones han significado en el curso de la historia: el ataque que el arte contemporáneo ha dirigido a la noción de belleza hace parte plenamente del horizonte estético; se puede decir lo mismo de las teorías del fin y de la muerte de las artes así como de las anti-artes del siglo veinte.
De igual modo, un mundo en el cual el lugar de la filosofía ha sido tomado totalmente por la tecno-ciencia o por la religión, ha suprimido el horizonte estético: opuestamente forman parte de éste las críticas que los artistas y los poetas dirigen con frecuencia a la filosofía. Finalmente la falta de modelos de vida ejemplar impide el surgimiento de la admiración, la cual constituye el más potente punto de apoyo de la vinculación estética: no casualmente la educación ha sido reconocida como un elemento esencial del horizonte estético. Pero las tendencias contra-culturales, que se manifestaron por ejemplo durante las revueltas de la segunda mitad del siglo veinte, forman parte del horizonte estético.
Raramente ha ocurrido que los cuatro elementos que forman parte del horizonte estético hayan andado armónicamente entre ellos: esta situación se constata en el siglo XVIII y está en estrecha relación con el movimiento neo-clásico y con la constitución de la estética como disciplina autónoma. Fue entonces que la bella naturaleza, las bellas artes, las bellas ideas y la educación estética establecieron un pacto vinculante. Sin embargo, limitar el horizonte estético a ese particular momento histórico, considerando como prehistoria de la estética todo aquello que lo precede y descomposición de la estética todo aquello que lo sucede, es demasiado restrictivo e incluso demasiado perjudicial. Además en pleno período neoclásico se levantaron voces opuestas a este acuerdo, que tuvo por cierto una duración muy breve.
Por estas razones considero mucho más provechoso considerar el horizonte estético como un territorio, en el cual cuatro contendientes (lo bello, el arte, la filosofía y el estilo de vida ejemplar) se confrontan entre sí dando lugar a los más diversos cuadros estratégicos. Por esto el horizonte estético no es precisamente un lugar simbólico de paz y de armonía; este está caracterizado por un dinamismo permanente que de vez en cuando deviene conflicto abierto, está siempre atravesado por tensiones y roces.
Los contendientes que actúan al interior de tal horizonte no son individualizables de una manera esencialista, independiente de las relaciones que día a día establecen los unos con los otros. Quien se interroga sobre sus identidades, es decir se pregunta qué es el arte, qué es lo bello, qué es lo estético (en su acepción neutra, objeto por excelencia de la disciplina estética), qué es la conducta ejemplar, corre el riesgo de llegar a resultados nulos. Esta aproximación metodológica con todo y estar precedido de una amplia reseña histórica de las diversas perspectivas con las cuales han sido pensados lo bello, el arte, lo estético y el estilo de vida ejemplar, llega a la incomoda conclusión que todo puede ser considerado bello (hasta lo feo en sus diversas declinaciones), arte (hasta el anti-arte), estético (hasta lo anti-estético), y estilo de vida ejemplar (hasta lo abyecto).
El hecho es que los nexos, las interrelaciones, entre los actores del horizonte estético son mucho más importantes que sus determinaciones particulares: cada uno de ellos establece y cambia su propia identidad sobre la base de la interacción con los otros y en relación a una visión estratégica global. Lo bello, el arte, lo estético y el estilo de vida ejemplar no son entidades que existen en sí mismas, independientemente de sus relaciones; no pueden ser sacadas del horizonte estético, al interior del cual nacieron y se desarrollaron. Se trata de nociones abiertas y fluidas que se posicionan y se mueven en el horizonte según las circunstancias y las oportunidades, organizando de vez en cuando alianzas y antagonismos, concordancias y contrastes.
Hay sin embargo una suerte de límite insalvable de cuyo mantenimiento depende la misma existencia del horizonte estático. A modo de aproximación, se podría hablar de la libertad que caracteriza al horizonte estético, el cual sería por esto opuesto a la necesidad que rige en el mundo natural, que comúnmente se presume está dirigido por leyes científicas. Por aproximación, igualmente, se podría sostener que el horizonte estético tiene un carácter simbólico y está por esto claramente separado de la realidad efectiva, en la cual están sumergidos los mundos de la técnica, de la política y de la economía. No obstante, la libertad que rige el horizonte estético no debe ser confundida con el arbitrio ni con el capricho; es más, es mucho más fácil equivocarse porque en él no existen normas codificadas. Estando dirigido por el espíritu de refinación y no por el espíritu de geometría, necesita de vez en cuando considerar tanto la regla como la excepción. En cuanto a su carácter simbólico, no debemos pensar que se pueda proceder sin tener en cuenta la realidad efectiva; a diferencia de la moral y de la religión, en las cuales con frecuencia se atribuye a la pureza de la intención subjetiva más importancia que a los resultados efectivos, o se recurre al más allá y a la trascendencia, el horizonte estético se mantiene esencialmente mundano; lo que lo caracteriza es precisamente la intención de valer y de afirmarse en el mundo a partir de dispositivos que son absolutamente diferentes de los de la guerra, de la política y de la economía. El plano en el cual se apoya el horizonte estético es, por así decirlo, intermedio con relación al del ideal y al de la efectividad: no está tan en alto como el reino de las idealidades impotentes y de las utopías, ni tan bajo como el de la idolatría del hecho y del éxito. La grandeza estética no nace del esfuerzo hacia metas inalcanzables, ni del afán de vencer a cualquier costo: este se coloca en el espacio intermedio entre valores incapaces de ser realidad y de realidades privadas de todo esplendor.
Se trata entonces de un horizonte sumamente singular en el cual las exigencias espirituales y prácticas de la vida humana son a la vez reconocidas y negadas, o más precisamente, son descolocadas de su contexto habitual y transferidas a otro ámbito, caracterizado por un excepcional dinamismo, debido a la presencia simultanea de cuatro elementos bastante heterogéneos entre ellos. Una historia de la estética debería proponerse poner sobre la mesa los momentos más sobresalientes del itinerario de la estética y de subrayar su excepcionalidad: el horizonte estético no debe ser considerado como algo obvio, descontado o adquirido de una vez por todas. Es posible que en el futuro cada uno de los elementos que lo componen –lo bello, el arte, la filosofía y el estilo de vida ejemplar- tomen caminos completamente independientes entre sí, sin tener ya la posibilidad de confrontarse y oponerse. No es difícil imaginar que lo bello termine por ser absorbido totalmente en una perspectiva hedonístico-cosmética exenta de toda relación con los otros elementos del horizonte estético; las tendencias a transformar el arte en un simple business son muy fuertes en la sociedad contemporánea y no es muy fácil contrarrestarlas eficazmente; la filosofía a su vez puede abandonar lo bello, el arte y los estilos de vida ejemplares a la futilidad y atrincherarse en un cientismo malencarado y pretencioso o en una erudición narcisista; en cuanto a los estilos de vida ejemplares, a partir del momento en que se disuelven en simples look después de sobrevivir por un tiempo, pierden no sólo su grandeza fatal sino también toda posibilidad de constituir una moda. Sin embargo no son los fenómenos de degradación en sí mismos lo que constituyen una amenaza para el horizonte estético. Al contrario, éste logra con frecuencia un gran vigor de la contraposición; el peligro viene opuestamente del diluirse de la energía emocional y del sumergirse en la inercia de un consumismo autodestructivo.
El horizonte estético presenta en efecto un aspecto paradójico: su valor no depende de la invariabilidad como ocurre en la esfera religiosa y moral, ni de su fuerza unitaria como ocurre en la esfera militar y política. Este adquiere valor y potencia no de la inmutabilidad ni del consenso plesbicitario sino del germinar de las diferencias y de la novedad. El aspecto agonístico no remite sólo a los cuatro elementos que lo componen, además está al interior de cada uno de ellos: no existe una sola noción de belleza sino muchas que concurren entre sí; los artistas están en competencia no sólo con los otros artistas que les son contemporáneos sino en medida aún mayor con los del pasado. Es esencial a la misma idea de filosofía la confrontación entre diferentes tendencias. Finalmente el estilo de vida ejemplar es lo que es porque implica una decisión y una escogencia que excluye todas las otras. Pero no se trata de una guerra de todos contra todos, ya que francamente hablando las relaciones que se establecen al interior del horizonte estético no son bélicas. En efecto ninguno puede obviar el reconocimiento y este es tanto más valido y fuerte cuando más opuestas son las partes de las que proviene: sin la apreciación y la admiración no se da un horizonte estético. El horizonte estético está lleno de estrategias ingeniosas y paradójicas, cuyo objetivo último no es precisamente la anulación de la multiplicidad y la aniquilación de los adversarios. Quien se propusiera tales objetivos caería del horizonte estético al político-militar; es además notable que el recurrir a fuerzas externas para adquirir notoriedad en la arena estética es objeto de reprobación y de desprecio. De la misma forma, aunque el santo ha sido un modelo estético ejemplar muy importante, existe una diferencia esencial entre la esfera moral-religiosa, caracterizada por la categoricidad y por la permanencia, y la estética, caracterizada por la mundanead y el dinamismo. Con esto no queremos decir que el horizonte estético sea inefectivo, sino que las vías por las cuales logra la efectividad son diferentes de las político-militares. Tampoco queremos decir que el horizonte estético sea efímero, sino que las vías a través de las cuales alcanza una larga duración son diferentes de las ético-religiosas.
Muchas veces se le ha cuestionado a la estética el no darnos un núcleo de principios teóricos y de métodos de investigación compartidos por la mayoría de sus cultores, como ocurre en las disciplinas científicas. El único punto en el cual provee un consenso casi unánime es la referencia al diccionario histórico de los conceptos estéticos, pero a este tipo de aproximación se le escapa necesariamente el aspecto sincrónico de la experiencia estética (y de sus correspondientes conceptos claves) en concurrencia entre ellos. Es obvio que en el horizonte estético los aspectos científico y militante están presentes: el pensador estético es un poco científico y un poco guerrero. La investigación estética une en sí misma los aspectos teorético y práctico y de esta mezcla deriva su interés: es como una habitación con luces de ambos lados. Bajo el aspecto científico, se presenta como una historia de conceptos y por ello está totalmente comprometida en la discusión sobre los métodos y sobre los fines de la historiografía filosófica. Bajo el aspecto militante, tiene una relación de vecindad con las poéticas artísticas, con los estudios culturales y hasta con las prácticas de las artes y con las modas.
Puede producir perplejidad el hecho que en las determinaciones del horizonte estético se introduzca también la filosofía como uno de los actores en juego al interior de esta arena; la filosofía debe ser considerada no como espectadora externa de aquello que sucede en el campo de lo bello, del arte y de los estilos de vida, sino como una parte en causa. Parecería por esto estar comprometida su dimensión científica, es decir la posibilidad del consenso de la mayor parte de sus cultores sobre al menos un núcleo mínimo de premisas teóricas y metodológicas, Pero se olvida así que está en el interés de todos los actores presentes en el horizonte estético que este consenso subsista. Este es analizando bien las cosas reportable a la defensa de la autonomía del horizonte estético, por un lado, en relación con la religión y con la moral, por otro lado, en relación con la política y con la economía. De todas formas si la filosofía se sustrajera de la arena estética y se pusiera en el rol de espectadora desinteresada o peor aún de juez de la arena estética, se debilitaría mucho en relación con los horizontes religioso y político. En otras palabras, al interior del horizonte estético, las cuatro entidades en juego pueden establecer una relación de amistad o de enemistad. Pero en relación con el enemigo externo al horizonte estético, que se presenta con el traje de la trascendencia o de la violencia, la posibilidad de un acuerdo entre los cuatro factores debe ser mantenida. Las palabras de orden de este acuerdo pueden ser múltiples: puede ser la clasicidad, el saber o la cultura según las vicisitudes y las circunstancias históricas.
Una última observación tiene que ver con la pluralidad y la heterogeneidad de los estilos de vida comprometidos con el horizonte estético. De este forman parte con título pleno incluso los ascéticos, religiosos, políticos, militares y eróticos, al mismo nivel de aquellos explícitamente orientados hacia lo bello y la práctica de las artes. No es su contenido lo que importa, sino la idea de la perfectibilidad del ser humano, la referencia a alguna forma de grandeza, lo que implica someterse a pruebas y a juicios. De esto deriva el nexo entre la estética y la educación tantas veces subrayado por los cultores de la estética. Quien pretenda sustraerse a todo tipo de prueba y de juicio cae fuera del horizonte estético: de hecho o favorece la existencia de jerarquías fijas, establecidas de una vez por todas y determinadas sobre la base del estatus de pertenencia, o aplana todo bajo el mismo nivel eliminando toda dinámica de valoración y desvaloración. Es al contrario un aspecto esencial del horizonte estético el hecho de que las pruebas y los juicios no son nunca definitivos y que en él siempre hay espacio para el agonismo y para el desafío. De aquí deriva la importancia que siempre ha sido atribuida por los cultores de la estética a la energía emocional, pensada y llamada a lo largo de los siglos de muchas formas: inspiración, entusiasmo, furor heroico, impulso vital, sobrecarga o performance. Traducción de Pedro Alzuru
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