Monday, 23 April 2018 06:00

Jean Baudrillard 3

El futuro de una ilusión: acción artística, comunicación, patafísica.
in ”Archipiélago” n. 79, diciembre 2007,  Jean Baudrillard: Desafío a lo real

3. La autoburla del arte.

Entre el gran arte del pasado, que suscita la ilusión estética, y la comunicación, que se hunde en el torpor hiperrealista, existe algo intermedio: el arte contemporáneo. También para éste se puede utilizar la palabra latina illusio, en el sentido sin embargo de irrisión, de escarnio. ¿Cuál es el objeto de este escarnio? Él mismo. El arte contemporáneo se burla de sí mismo, lleva a cabo una operación de desilusión y de desencanto, poniendo en solfa los valores estéticos y artísticos del pasado. Esta operación, con todo, es un tipo de operación que puede realizarse una vez, o como máximo dos veces. Según Baudrillard, se encuentra precisamente ligada a los nombres de Duchamp y Warhol . La desilusión posee un carácter dramático, es un evento que muestra de una vez por todas la imposibilidad de tomarse en serio el arte. En el caso de Duchamp, es el objeto artístico el blanco: Duchamp realiza una operación casi mágica, la de transformar cualquier objeto en una obra de arte. El mundo entero se convierte en un ready-made. Todas las estructuras de la escena y de la representación resultan abolidas de un solo golpe. El paso sucesivo lo lleva a cabo Andy Warhol: con él se realiza la comercialización de todo el mundo simbólico, considerado como nulidad. Ello sucede a través de un proceso maquinal en el cual la subjetividad de Warhol desaparece para dejar sitio a la publicidad que el mundo hace de sí mismo . Baudrillard siente una profunda afinidad entre su propio trabajo teórico y el trabajo artístico de Warhol: no obstante, conociéndolo como lo conozco desde hace casi treinta años, la verdad es que me parece más próximo a aquellos espíritus libres que fueron los verdaderos dandis que al travestismo de un mánager como Warhol.

Duchamp y Warhol han llevado a cabo acciones que no pueden repetirse: el mundo del arte es, según Baudrillard, una especie de comercialización de la nada. El arte contemporáneo ”se ha resguardado del pensamiento” . La autoburla y el cinismo característicos del mundo artístico carecen de consecuencias. La desilusión y el desencanto llevan a la inercia.


    4. Patafísica como autolegitimación.

Resumamos brevemente las conclusiones a las que hemos llegado: para Baudrillard, la ilusión artística, que conduce a la acción, es una cosa del pasado; su lugar ha sido ocupado por la comunicación, que nos anega en una estupidez estática ante lo real; por lo que concierne al arte contemporáneo, éste vale sólo como desilusión y desencanto. Podemos ahora plantearnos el interrogante del cual partía el presente texto: ¿La ilusión artística tiene un porvenir? Y ¿cuál?

Dicho de otra manera: ¿La teoría elaborada por Baudrillard es a su vez una ilusión, afín a la artística? ¿O bien su teoría es heredera de la ilusión artística, convirtiéndose por así decirlo en el después del arte? ¿O más bien (tercera hipótesis) realiza una función de desilusión y desencanto paralela a las de Duchamp y Warhol?

Ninguna de estas tres hipótesis me parece convincente. Ciertamente, según Baudrillard, la teoría no debe contentarse con describir y analizar, sino que es preciso que provoque un acontecimiento en el universo que describe . Pero este acontecimiento no puede hoy en día suceder del mismo modo en que lo hacía el arte del pasado, sino que habrá de acontecer según los modos marcados por la comunicación; y por lo tanto es inevitablemente un pseudoacontecimiento y una pseudoilusión.

En cuanto a la segunda hipótesis (la teoría entendida como el después del arte), lo cierto es que recupera una idea situacionista según la cual el arte debe ser superado mediante la crítica de la sociedad . Resulta evidente la ascendencia hegeliano-marxista de esta hipótesis, mientras que el pensamiento de Baudrillard es por el contrario completamente ajeno al movimiento ascendente de toda dialéctica que proceda mediante superaciones (Aufhebungen).
    
Finalmente, en cuanto a la tercera hipótesis (el desencanto), lo cierto es que me parece demasiado reduccionista. A pesar de un cierto tono de understatement [afirmación irónica y exageradamente modesta, n. del traductor], la teoría de Baudrillard no se mueve hacia una autoburla, sino, muy al contrario, hacia una autolegitimación, incluso a través de caminos paradójicos e indirectos como, por ejemplo, la referencia a la patafísica, una invención del escritor francés Alfred Jarry, que la definía como la ciencia de lo particular o, asimismo, de las soluciones imaginarias .

Si por consiguiente la teoría de Baudrillard no es una acción similar a la artística, no es una superación del arte, y, en fin, no es ni siquiera irrisión de sí misma, ¿cuáles han sido sus condiciones de posibilidad? O, en otras palabras, ¿cómo ha logrado Baudrillard perseverar en su ilusión teórica desde 1968 hasta el final de su vida, escribiendo sin interrupción una gran cantidad de libros, incluidos tres volúmenes de fragmentos autobiográficos? Obviamente no ansiamos aquí una respuesta psicológica; Breton decía: ”Escribo para encontrar amigos”; Baudrillard podría haber dicho: ”Escribo porque me gusta viajar y subvertir el orden de las estaciones”. Mas éste no es el tipo de respuesta que buscamos. Desde el punto de vista sociológico, su trabajo se asienta sobre una illusio, entendiendo esta palabra en el sentido sociológico que le ha conferido otro sociólogo casi coetáneo suyo, Pierre Bourdieu. La illusio, según esta acepción, designa el conjunto de habitus, de expectativas, de intereses, de inversiones emocionales, de oportunidades objetivas y de peticiones de reconocimiento que caracterizan y delimitan un cierto campo (que puede ser de una tipología de lo más variada: campo político, deportivo, intelectual, universitario, artístico...) . La illusio, por lo tanto, es todo lo contrario que una mera fantasía subjetiva o que un espejismo individual: bien al contrario, requiere un aprendizaje que en ocasiones comienza con la misma infancia. Cada campo posee sus reglas de juego que resultan incomprensibles a quien se halla fuera de él: por ejemplo, el compromiso, el desinterés, el entusiasmo y el ensañamiento de quien opera en un campo intelectual o religioso o artístico resultan inexplicables a quien pertenece a otro campo. El campo no debe pensarse como algo estático, sino como el lugar en que se desarrolla un juego dentro del cual las posiciones y valores simbólicos de cada cual varían continuamente en función de las posiciones y valores de los demás. Para Bourdieu, por lo tanto, la sociedad contemporánea no marca en absoluto el final de las illusiones. Al contrario, bajo ciertos aspectos, nuestra sociedad ha multiplicado el número de los campos y, por consiguiente, de las illusiones y de las lusiones (es decir, de las oportunidades). Generalmente, sin embargo, especialmente en el ambiente intelectual, falta la conciencia de que se forma parte de un campo, y una despiadada competitividad interna prevalece sobre el interés común de preservar la autonomía de ese campo dentro del cual se opera. Ello resulta particularmente evidente en el campo de la teoría crítica de la sociedad, en el del pensamiento creativo, en la filosofía radical; campo dentro del cual se inserta la obra de Baudrillard. De hecho, el radical thinker se considera portador de instancias universales que exceden el ámbito de su campo; es por ello víctima fácil no de una illusio, sino de una ingenuidad: la comprensión de lo que dice y el reconocimiento no podrán jamás provenir de las mayorías más o menos silenciosas con las que él cree estar en sintonía, sino de aquellos que forman parte de su mismo campo: como prueba el hecho de que este mismo discurso que estoy haciendo aquí resulte oportuno sólo dentro de cierto tipo de circunstancias (congresos sobre Baudrillard, revistas interesadas por su pensamiento, etcétera).

No quisiera yo que estas observaciones mías sonasen como una crítica dirigida específicamente contra Baudrillard; en realidad, mi punto de mira son más bien dos generaciones al menos de pensadores radicales (los nacidos más o menos entre 1920 y 1950) que cayeron en la ilusión (y aquí utilizo esta palabra en su acepción común) de creer que podían prescindir de las mediaciones de sus respectivos campos. Tal vez sólo a uno (que no obstante pertenecía a una generación precedente) le salió bien tal relación de contacto directo con la sociedad: pienso en Marcuse, pero no hay que olvidar que el público al que se dirigía estaba limitado a los estudiantes del 68. Uno se puede curar de la ingenuidad sólo a través de la illusio, la cual implica el ejercicio de un principio de caridad en relación con aquellos que tratan de sustraerse a la lógica de la economía de los bienes económicos siguiendo el camino difícil y paradójico de la economía de los bienes simbólicos.

La conciencia de formar parte de un campo se vuelve absolutamente necesaria hoy en día, dado que la autonomía de todos los campos (desde el artístico al judicial, del científico al político) se encuentra amenazada por parte de tycoons o magnates que, a diferencia de los radical thinkers, sí que se hallan efectivamente en contacto directo con las masas, con su ignorancia y con su degradación. Es éste, por lo demás, un aspecto que Baudrillard captó muy bien cuando escribió que la esencia del mundo actual es publicitaria . Se cierra así una época en que el conflicto entre pensadores radicales y pensadores institucionales, entre cultura alternativa y cultura legitimada, tenía sentido: ahora la comunicación ha puesto fuera de juego tanto a unos como a otros. No son ya acciones, sino epifenómenos, objeto precisamente de aquella ciencia de los epifenómenos que, según la descripción de Jarry, es la patafísica.
Traducción de Miguel Ángel Quintana Paz
 
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